martes, 18 de septiembre de 2012

Fallece el comunista staliniano Santiago Carrillo ¿ criminal redimido ?

Ha muerto uno de los principales criminales republicanos, responsable de algunas de las peores matanzas de patriotas prisioneros y desarmados en Madrid en 1936-39.

¿ Arrepentido ? Jamas admitió su responsabilidad ( evidente a juzgar por las pruebas ) en los hechos, y por lo tanto dificilmente pudo arrepentirse. En los medios del régimen del 78 silencian sus atrocidades como destacado dirigente comunista durante la Guerra Civil y en cambio lo glorifican diciendo que fue cambiando y ayudó a instaurar la democracia, la democracia partitocrática que nos ha conducido a un callejón sin salida. Más bien este personaje lo que quiso fue asegurarse una posición política destacada y la amnistía de sus muchos crímenes.

En cualquier caso, que descanse en paz si puede, lo cual es un deseo mucho mejor que el que tuvieron él y sus secuaces en la represión stalinista para con sus víctimas.

Por mas que no sea santo de nuestra devoción por su penoso liberalismo sionista, este artículo de César Vidal analiza sagaz y puntualmente los actos atroces, el carácter disimulado y feroz del finado dirigente comunista:


http://www.libertaddigital.com/opinion/ ... des-65648/



Santiago Carrillo 2012-09-18

Pequeño saquete de maldades

César Vidal



De esa manera calificó Felipe González a Santiago Carrillo en aquellos años de la Transición tan idealizados, y que con sus polvos nos trajeron los lodos en que ahora estamos enfangados. Felipe González, por supuesto, menospreciaba al adversario y, en especial, mostraba su resentimiento consustancial hacia alguien que le podía haber causado un daño enorme.



Carrillo procedía del PSOE, donde había entrado bajo los auspicios de su padre, Wenceslao, un socialista histórico, y de Largo Caballero, el Lenin español. Sin embargo, el joven Santiago se percató desde muy pronto de que aquel PSOE no iría muy lejos en el camino de la revolución proletaria. En 1934, el retrato que aparecía, lustroso y revelador, en el despacho de Carrillo no era otro que el de Stalin, el hombre que modelaría su vida. Cuando, en octubre de ese año, el PSOE, apoyado en los nacionalistas catalanes, se alzó en armas contra el Gobierno de la República, Carrillo se hallaba entre los golpistas, pero no dio –según contaron sus compañeros de filas– muestras de valor físico. Incluso alguno se atrevió a acusarlo de haber sufrido descomposición intestinal. Fuera como fuese, Carrillo corrió a esconderse, pero acabó dando con sus huesos, brevemente, en la cárcel. Salió con la victoria del Frente Popular, y a esas alturas ya era un submarino del PCE que procedió a unificar las juventudes socialistas y comunistas bajo el control de Moscú.



De su paso por la guerra, su camarada Líster diría que "nunca asomó la gaita por un frente". Era cierto, pero no fue la suya la labor típica del emboscado. Por el contrario, convertido en el equivalente al ministro del Interior de la Junta de Madrid, llevó a cabo las matanzas de Paracuellos. El tema es discutido aún por algún apologista de la izquierda, pero hace años que Dimitrov y Stepanov zanjaron la cuestión atribuyendo directamente a Carrillo el mérito de las matanzas masivas en la retaguardia. Tampoco él lo ocultó durante años. Carlos Semprún refirió al autor de estas líneas cómo Carrillo reconocía en privado que los asesinatos en masa se habían debido a sus órdenes, aunque lo hacía sin jactancia, explicando que la guerra era así.



Cuando concluyó el conflicto, Carrillo formaba parte de los comunistas fanatizados aún creían en que Stalin descendería como deus ex machina para arrebatar el triunfo militar a Franco. Con el despiste de no comprender lo sucedido y el ansia de ajustar las cuentas a todos, escribió una carta memorable a su padre, uno de los alzados contra Negrín en el golpe de estado de Casado, carta en la que renegaba de su condición de hijo y afirmaba que, de estar en su mano, lo mataría. Su progenitor le envió una respuesta que haría llorar a las piedras, disculpando a Carrillo y atribuyendo el episodio a Stalin. Los comunistas se habían batido como nadie contra Franco, pero, a la sazón, no pasaban de ser un montón de juguetes rotos, niños de la guerra incluidos. Stalin colocó a Pasionaria al frente del PCE, más por su servilismo que por su inexistente talento; a un desengañado Díaz se lo quitó de en medio en un episodio que nunca se supo si era suicidio o asesinato, y comenzó a buscar a alguien totalmente desprovisto de escrúpulos para encabezar el PCE futuro.



A Carrillo le tocó la lotería del dictador georgiano simplemente porque reunía todas las cualidades: amoralidad, ausencia de afectos naturales, sumisión absoluta a Moscú, disposición a derramar sangre si así se le ordenaba... Décadas después, tras un programa de televisión en que participamos ambos, Jorge Semprún me diría que Carrillo era el único superviviente de aquella generación y que se iría con sus secretos a la tumba. No se equivocó. A cambio de ser el que tuviera las riendas del poder, Carrillo firmó un pacto absolutamente fáustico con Stalin en el que la sangre la pusieron otros.



Antes de acabar la guerra mundial, Carrillo desencadenó la estúpida operación de conquista del valle de Arán pensando que podría lograr en España lo que el PCI había conseguido en Italia o el PCF pretendía conseguir en Francia. Pero Carrillo no era Togliatti y las hazañas se limitaron a fusilar a unos pocos párrocos indefensos y a llamar a la sublevación armada a unas poblaciones hartas de guerra. El fracaso, a la staliniana, tenía que contar con responsables que cargaran con él como adecuados Cirineos. Así fue. Carrillo ordenó el asesinato de los presuntos culpables del desastre a manos de sus propios camaradas. Repetiría esa conducta una y otra vez, infamando a camaradas entregados como Quiñones o Comorera simplemente para que quedara claro que él no se equivocaba y que si los resultados no eran los esperados se debía a los traidores infiltrados. Y, sin embargo, ¿quién sabe? Carrillo y sus seguidores cercanos eran tan obtusos que, quizá, en lugar de chivos expiatorios de la ambición, las víctimas sólo fueron las paganas de la roma mentalidad de los comunistas. Así, nunca se sabrá si Grimau cayó en manos de la policía franquista porque Carrillo deseaba deshacerse de él o simplemente porque el PCE no daba más de sí.



La invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos enfrentó a Carrillo por vez primera con unas bases que no veían bien cómo legitimar una acción así simplemente porque derivara de las órdenes de Moscú. Apoyándose en Claudín, antiguo compañero de la guerra, y Semprún, el intelectual del PCE por eso de que, al menos, sabía idiomas, Carrillo adelantó las líneas maestras de una cierta renovación ideológica –no mucha– dentro del PCE. Semejante paso no significaba ni que fuera más flexible ni que tuviera intención de ceder el poder. En una secuencia extraordinaria de ¡Viva la clase media!, un José Luis Garci actor ponía de manifiesto cómo todos los activistas del PCE en España eran, a fin de cuentas, cuatro y el de la vietnamita, y la famosa huelga general pacífica que derribaría a Franco no pasaba de ser un delirio basado en el desconocimiento de la España que se pensaba redimir. Eran como los testigos de Jehová a la espera del fin del mundo, sólo que ellos esperaban que el paraíso vendría por la acción de unas masas entregadas al fútbol y a la televisión.



En un intento de cambiar el rumbo porque era obvio que Franco se iba a morir en la cama, Claudín y Semprún realizaron un nuevo análisis marxista de lo que sucedía. Carrillo hizo que los expulsaran del PCE tras una tormentosa reunión celebrada –y grabada– en el este de Europa, y en la que tuvieron que escuchar cómo Pasionaria, que sabía leer y escribir lo justito, los calificaba, a ellos, cabezas pensantes del partido, de "cabezas de chorlito". En adelante, Carrillo –retratado magníficamente en la Autobiografía de Federico Sánchez de Semprún– se dedicó a esperar el "hecho biológico" de la muerte de Franco mientras disfrutaba de la sofisticada hospitalidad de dictadores como Ceausescu e intentaba que los prosoviéticos como Ignacio Gallego o Julio Anguita –al que con muy mala baba calificó de "compañero de viaje"– no le estropearan el festín.



De regreso a España, soñó –nunca mejor dicho– con llegar a un "pacto histórico" con Suárez que le permitiera convertir al PCE en la fuerza hegemónica de la izquierda. Pero la España de los setenta no era la Italia de los cuarenta. Estados Unidos decidió que la izquierda fetén no podía ser un PCE que propalaba un eurocomunismo cocinado en las zahúrdas del KGB y, a través de Alemania, se dedicó a financiar al PSOE de un joven abogado sevillano que respondía al nombre clandestino de Isidoro.



En su intento por lograr lo imposible y además por someter el PCE a su control stalinista, Carrillo sólo consiguió soliviantar a unos militantes del interior que, más allá del mito, encontraron totalmente insoportables a los comunistas regresados. En los años siguientes, aquellos comunistas se pasarían en masa al PSOE y al nacionalismo catalán –en ocasiones, a ambos–, buscando una iglesia más sólida y caritativa que la comunista.



Las derrotas electorales –la testarudez de los hechos que decía Lenin– obligaron a Carrillo a abandonar la Secretaría General de un PCE ya destruido –¡gracias de parte de todos los demócratas, Santiago!– mucho antes de que se desplomara el Muro de Berlín. Amagó con regresar al PSOE, insistió en que era comunista hasta la muerte y, por encima de todo, sufrió la conversión en espectro sin haber muerto. Ese fantasma, solo o en compañía de personajes emblemáticos de la izquierda como Leire Pajín, siguió apareciendo como quejumbroso contertulio de radios y engañador en memorias que, en la época de ZP, apoyó desde el pacto con los terroristas hasta la ley de memoria histórica, seguramente soñando con ganar de una vez las mil y una batallas que perdió a lo largo de su dilatada vida.



Al final, como señaló Solzhenitsyn en las páginas de conclusión de Pabellón de cáncer, desapareció de la Historia. Por desgracia, como también señaló el disidente ruso, lo hizo después de haber causado la desgracia de millares de personas.






sábado, 1 de septiembre de 2012

TERROR EN LOS COBOS

Parece el título de una pelicula de ficción, pero no, es real, es nuestra vecindad.

El paraje huertano de los Cobos, en los confines de los municipios de Murcia, Beniel y Santomera se ha visto sacudido por otro tremendo acto criminal despues de que hace unos meses una anciana fuera apaleada hasta la muerte ( y sus acompañantes gravemente heridas ) por un puñado de euros. La historia se repite, ahora con un hombre de 68 años como víctima y por otro puñado de euros, unos 30 esta vez. ¿ Y quienes son los misteriosos malvados de esta pelicula tan real? Unos a los que no mencionan en el artículo. Preguntese lector, porque tanto misterio con la identidad de estos. Buen enigma para el guión de la pelicula. Pero el avezado espectador reconocerá el truco. La marca de estos monstruos es la multicultura...mas pistas, en la próxima entrega de esta pelicula tan real. Porque podemos asegurar, que desgraciadamente, habra más secuelas. Los productores y directores del PPsoe ya se encargan de ello con su doctrina del mundialismo a toda costa.

Pánico entre los vecinos de Los Cobos por los robos y agresiones

REGIÓN MURCIA


Los vecinos del Rincón de los Cobos vuelven a convivir con el miedo

Un jubilado fue atacado por dos hombres que le golpearon en la cabeza con una piedra, en un lugar cercano al del 'crimen de los huertos'



01.09.12 - 01:12 - JORGE GARCÍA BADÍA jagarciabadia@laverdad.es
MURCIA. «Eran unos salvajes. Tengo un trozo de tierra que cultivo y cuando llegué, ya tenía a dos tíos esperándome. Uno de ellos me preguntó si tenía trabajo para él, le dije que no y sin decirme nada más me golpeó dos veces». Lo hicieron con una piedra que a punto estuvo de quitarle el ojo izquierdo a Francisco Abellán Rayo, vecino de Beniel de 68 años, que fue brutalmente agredido el pasado diez de agosto en el Carril del Rincón de Los Cobos, a menos de diez metros del lugar donde el pasado 27 de febrero apalearon a dos vecinas de El Raal; María del Carmen Calderón Roldán, de 79 años y Fina Meseguer Ruiz, de 64 años, y le robaron la vida a Carmen Gea Marcos, de 69 años y vecina de Orihuela.


La agresión ha obligado a intervenir a Francisco Abellán Rayo en dos ocasiones en el hospital Reina Sofía para salvarle el ojo, y todo, por treinta míseros euros y dos móviles que le robaron tras abrirle una brecha en la cabeza y golpearle en el pómulo. La paliza ha dejado dos tipos de secuelas, de un lado las físicas, que este vecino de Beniel está sufriendo, y por otro, las psicológicas, que afectan también al resto de residentes en casas de campo del Rincón de los Cobos y que por estos días rememoran 'el crimen de los huertos'. «Habían pasado seis meses desde que murió Carmen, pero otra vez estamos con miedo», afirma la cuñada del agredido, Mari Carmen Juárez, que también reside en el Carril de los Cobos.

Y no es para menos, ya que el ataque que sufrió Francisco tiene ciertas similitudes con lo ocurrido en febrero: también le atacaron por la espalda, y según varios testigos estaban acompañados de una tercera persona que les esperaba en la Casa de los Rodríguez. Justo donde el presunto 'asesino de los huertos', Tahar R.F., se refugió antes de propinar una paliza a María del Carmen Calderón Roldán, Fina Meseguer Ruiz, y matar supuestamente a Carmen Gea Marcos.

Así lo corrobora Belén Torrecillas, vecina de los Cobos; «regresaba de hacer la compra y un Seat Ibiza negro salió de la Casa de los Rodríguez, casi se estrellan contra nosotros mientras huían». Según parece, mientras los dos hombres se acercaron a Francisco por la espalda, un tercero, les esperaba en esta casa abandonada con el coche arrancado para emprender la huida. La otra similitud con el 'crimen de los huertos' fueron las quejas por la tardanza del personal sanitario que prestó auxilio al jubilado de 68 años, según denuncia acaloradamente Francisco Jiménez: «Llamé al 112 a las 20 horas y 42 minutos y la ambulancia no llegó hasta las diez de la noche, una hora y media más tarde. Allí no había nadie porque se lo habían llevado ya al Servicio de Urgencias de Beniel».

El malestar de Francisco Jiménez se debe a que él es sobrino de Carmen Calderón, una de las dos supervivientes del 'asesinato de los huertos' y tras lo ocurrido el diez de agosto vuelve a revivir malas sensaciones. «Llegaron de noche cuando no había nadie, es la segunda vez que pasa, con mi tía tardaron una hora». En concreto, según reconoció la Consejería de Sanidad, la ambulancia llegó con 54 minutos de retraso para atender a Carmen, Fina, y a la difunta Carmen Gea Marcos.

Robos a plena luz del día

A los vecinos no se les escapa que el Rincón de los Cobos está en la frontera autonómica, una parte pertenece a la pedanía murciana de El Raal (Región), y la otra a Orihuela (Comunidad Valenciana), pero no entienden el retraso cuando hay en juego vidas. «Sale más rentable llamar a una ambulancia de Albacete», clama Francisco Jiménez.

La peculiaridad de este límite fronterizo también depara una confusión de demarcaciones para la Guardia Civil de Santomera y Beniel, Policía Local de Murcia y fuerzas del orden público de Orihuela. El mejor ejemplo de esta situación lo pone la agresión que sufrió Francisco Abellán Rayo; los primeros en llegar fueron los agentes de la Guardia Civil de Santomera, pero tras constatar que la paliza se produjo a tres metros de distancia de la frontera murciana, las diligencias de la investigación se las pasaron a Orihuela.

El propio Abellán denuncia que «quedan pocas casas y la Policía no pasa por aquí, no se para en los cruces ni visita las parcelas». Fruto de esta falta de control en el 'laberinto' de caminos y carriles de huerta que confluyen en el Rincón de los Cobos, hace una semana, Ángeles Calderón, hermana de una de las dos supervivientes del 'crimen de los huertos' fue atracada por tres hombres. «Salieron de la nada y se pusieron en medio de la carretera, yo iba con la bicicleta y me bajé para darles lo que llevaba». Le quitaron más de 200 euros y a plena luz del día, «¿qué podía a hacer? para que me diesen un zamarrazo y también me matasen, pues les di el dinero. No se dónde vamos a ir, pero no se puede vivir con miedo». No le falta razón.